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La conquista pacífica

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Actualizado: 09-01-2019
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En el año 1573 el rey de España Felipe II aprobó un paquete de leyes conocidas como las Ordenanzas de descubrimientos, nueva población y pacificación de las Indias que cambiaron la forma en que se debía seguir conquistando y poblando las nuevas tierras de las Indias. Antes se permitía la conquista violenta, ahora ya no podía hacerse así, tenía que ser pacífica y bajo el control de religiosos que contuvieran los impulsos de los conquistadores. Algo que moralmente es magnífico pero dificultó mucho más la ya ardua tarea de conquistar y consolidar nuevos territorios.

Bajo estas nuevas premisas y leyes la corona española continuó en su proceso de expansión por las tierras norteamericanas organizando nuevas expediciones.

En 1581 el virrey de Nueva España autorizó al fraile franciscano Agustín Rodríguez y al capitán Francisco Sánchez a colonizar en Nuevo México. Para ello organizaron una expedición de 8 jinetes armados, un centener de vaqueros indios, sí, vaqueros indios, 600 cabezas de ganado y 90 caballos.  Tomaron dirección noreste hasta el río Grande y tras visitar varias tribus indias en las que fueron bien recibidos fundaron el Reino de San Felipe a la altura de El Paso actual y establecieron una base desde la que realizaron varias expediciones pequeñas por la zona de Taos y Tiguex accediendo a las grandes llanuras centrales. A comienzos de 1582 el capitán Francisco Sánchez y sus hombres pensaron que ya era conveniente regresar a Nueva España para informar al virrey de lo acontecido en esa expedición pero los franciscanos no quisieron volver y se quedaron fundando una pequeña misión en Puaray, cerca de Bernalillo. Intentaron convencerles de lo peligroso de esa decisión pero no hicieron caso y finalmente se quedaron allí. Con esta expedición se demostró que no era necesario organizar grandes misiones conquistadoras y pobladoras sino que unos pocos hombres con provisiones podían explorar y conquistar para España grandes terrenos solo llevándose bien con los nativos sin necesidad de recurrir a la violencia.

Pasado el tiempo en Nueva España no se recibieron noticias de los dos religiosos que se quedaron en Nuevo México lo que comenzó a preocupar mucho. Un padre franciscano, Bernardino Beltrán, presionó para organizar una expedición para saber de su suerte y si era necesario ayudarles con lo que fuera necesario. Por allí se presentó el cordobés Antonio de Espejo que tras conocer el resultado de la expedición de Francisco Sánchez se animó a intentarlo él y aprovechó la excusa  de los dos padres franciscanos para organizarla.

Partieron el 10 de noviembre de 1582 y siguieron la ruta de la expedición anterior  y al llegar a Río Grande, Espejo lo rebautizó como Río del Norte y al territorio circundante Nueva Andalucía. Recorrieron territorios de los indios manso, suma y pueblo en donde se enteraron del triste final de los dos padres franciscanos. ¿Qué harían ahora? Para el padre Bernardino Beltrán ya no había motivo para seguir adelante, sin embargo para Antonio de Espejo, que le habían contado una leyenda de un lago de oro, sí había razones y decidió continuar mientras el religioso regresó a Santa Bárbara, en Nueva España. Esto fue en marzo de 1583. Espejo entró en Acoma y el territorio Zuñi, en el actual Arizona. Evidentemente no encontró nada, pero su ambición no le dejaba rendirse. Regresó a México en donde exageró su informe tratando de buscar apoyo del virreinato para una nueva expedición pero no tuvo éxito y renunció a la misma. Murió en 1585 en La Habana cuando regresaba a España para solicitar más apoyos.

Se dieron casos en los que conseguir permisos y licencias para emprender una expedición suponía un problema de papeleos, requisitos y convencer a altos funcionarios por lo que algunos, sabiendo que no iban a ser aceptados, organizaban la expedición y con cualquier excusa se lanzaban a tierras desconocidas en búsqueda de riquezas. Es el caso del portugués Gaspar Castaño de Sousa que residiendo en la villa de San Luis, actual Monterrey en Nuevo León se cansó de intentar prosperar en esa ciudad y equipó una expedición de 170 hombres y bajo el mando de un indio llamado Miguel partió en 1590 en dirección a Río Grande con la intención de fundar una pequeña colonia cerca de la actual Albuquerque. No tenía permiso del virrey ni de la Casa de Contratación de Sevilla por lo que su incursión en Nuevo México sin dicha autorización suponía un delito.  Gaspar seguramente pensaba que si lograba encontrar riquezas y establecer la tan ansiada colonia en tan dificiles tierras lograría el perdón del Rey pero no fue así siendo acusado de asociación ilícita con un judaizante en México y se envió un destacamento militar de 20 hombres a apresarlo. Fue condenado y encarcelado en las Islas Filipinas.

Otro caso de expedición ilegal fue el del también portugués Francisco de Leyva y Bonilla. Que aprovechó una orden del gobernador de Nueva Vizcaya, Don Diego de Velasco, que le ordenó dirigirse al norte para reducir a las partidas de indios que hostigaban y atacaban las colonias fronterizas españolas.  Pero el luso no debió de entender bien las órdenes y lo que hizo fue seguir en búsqueda de oro y riquezas llegando hasta el campamento de Quivira sin conseguir encontrar nada. Vamos, lo habitual. Los mismos expedicionarios que le acompañaban terminaron asesinándolo  para poder continuar por sí solos y finalmente fueron masacrados en las Grandes Llanuras.



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