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La Noche Triste y la batalla de Otumba

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Actualizado: 14-07-2018
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Llegado a Tenochtitlán tras su enfrentamiento con Narváez, Hernán Cortés trató de calmar los ánimos de todo el mundo, abroncó a Alvarado por su impulsividad tras la que lió en la matanza del Templo Mayor y no quiso saber nada del emperador mexica ya que le habí­a traicionado al entablar relaciones con Narváez. La conquista de México estaba en el aire.

Los ataques mexicas al palacio eran constantes, para tratar de aliviar la presión sobre él Cortés decidió sacar a sus soldados a luchar a la calle pero la acción siempre terminaba del mismo modo: tras haber avanzado unos metros por las calles de Tenochtitlán tení­an que retroceder a su cuartel por la ingente cantidad de mexicas que les atacaban desde la calle y desde sus casas. La situación era insostenible. El agua y los alimentos empezaban a escasear. También la disciplina interna comenzó a resquebrajarse por el enfado que los antiguos hombres de Narváez a los que habí­an prometido oro y gloria y de repente se encontraban metidos en semejante ratonera, al igual que los de Velázquez, que maldijeron de nuevo el haber continuado luchando con Cortés y no haber vuelto a sus pací­ficas haciendas en Cuba.

Muerte de Moctezuma

Pasados varios dí­as así­, Cortés ordenó a Moctezuma que tratase de apaciguar a su pueblo diciéndoles que a cambio de la paz los españoles se marcharían de la ciudad. Para ello salió a la azotea del palacio de su padre desde donde intentó hablar a todos los soldados mexicas que en esos momentos les asediaban. Varios principales detuvieron la batalla para escuchar las palabras del emperador que les demandó que dejasen ya de combatir, que los españoles querí­an salir de la ciudad pero la respuesta fue una certera pedrada que golpeó en la cabeza de Moctezuma dejándole malherido. Falleció a los pocos dí­as debido a las heridas recibidas.

La noche triste: huida de Tenochtitlán

Cortés se quedó sin el escudo del emperador y tras varios dí­as de asedio vieron que la única solución era huir por la noche, ocultos en la oscuridad. Una dificultad añadida para esta retirada táctica fue que algunos de los puentes más importantes de las calzadas que uní­an Tenochtitlán con la orilla del lago Texcoco habí­an sido derribados o dañados por los combates o para evitar la hui­da de los españoles. Para solucionar dichos problemas Cortés ordenó la construcción de unos pequeños puentes portátiles con los que poder atravesar esos puentes destruí­dos. También reunió todo el tesoro de Moctezuma y dio permiso a todos para que cogiesen el oro que creyesen conveniente. Los más prudentes cargaron solo un poquito, lo suficiente para que no le entorpeciesen sus movimientos en la lucha que probablemente tendrí­a lugar.

El 30 de junio de 1520 por la noche se inició la retirada en dirección a Tacuba.  La llamada “noche triste” había dado comienzo. Se intentó salir con la mayor discreción posible pero fue imposible no ser vistos y las alertas se dispararon.  Por el camino fueron atacados por miles de mexicas desde sus canoas y desde las azoteas de sus casas. El resultado fue desolador, casi la mitad del ejército español habí­a caí­do y con ellos gran parte del material y del oro capturado.

Los supervivientes llegaron a  Tacuba y pudieron descansar pero por poco tiempo ya que seguí­an siendo hostigados por el enemigo. Los mexicas estaban rodeando la ciudad por lo que optaron por salir de allí­ y, evitando los caminos gracias al trabajo de guí­a de los tlaxcaltecas, pudieron descansar en una colina y reponerse de las heridas.

Pasados unos dí­as en los que recibieron ataques dispersos de mexicas decidieron encaminarse a Tlaxcala buscando el refugio de sus aliados. Pero no sabí­an que a poca distancia, unos kilómetros más adelante, les estaba esperando un ejército de unos 40.000 soldados provenientes de Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán con la intención de acabar con ellos de una vez por todas.

Batalla de Otumba por Ferrer Dalmau

La batalla de Otumba

Así­ el 14 de julio de 1520 en la llanura de Otumba se encontraron con ese gigantesco ejército. La batalla era, como casi siempre contra los nativos, desigual en número pero esta vez la situación era mucho más delicada ya que tan solo contaban con 440 soldados, 20 caballos, casi ninguna artillerí­a y sin armas de alcance, además de que esta vez la batalla era a campo abierto. Por ello Cortés y sus capitanes pensaron y ejecutaron una intrépida acción: atacar directamente al capitán general del ejército mexica, fácilmente identificable por sus penachos, plumas y ricos adornos. Mientras lo buscaban la infanterí­a en formación compacta aguantaba el asedio al que era sometida por miles de soldados nativos. Finalmente localizaron al capitán general del ejército azteca, al ciuacoatl,  al que un soldado español llamado Juan de Salamanca hirió mortalmente con su lanza y le arrebató su estandarte, el sí­mbolo que marcaba la victoria o la derrota dentro de su ejército. Los mexicas al ver al extranjero con su estandarte se aterrorizaron y se produjo la desbandada general.

Se habí­a vencido esta importante e imposible batalla pero aún les quedaba otra muy importante: comprobar si iban a ser bien recibidos por Tlaxcala, si no era así­ muy probablemente serí­a el fin de los 440 soldados españoles que aún quedaban con vida.



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